Acababa de abrocharme el cinturón de seguridad. Un hombre de unos cincuenta años de edad se sentó a mi lado. Empezamos a charlar amablemente y tocamos el tema de la fe.
–Considero que la religión es útil, me dijo. Cuando yo era joven, iba todos los domingos a un curso bíblico.
–Hoy, ¿puede usted decir que es un cristiano nacido de nuevo, que tiene la vida de Dios?, le pregunté. Un poco indeciso, me respondió:
–No exactamente. Vea usted, yo estoy tan ocupado en mi trabajo que no tengo tiempo para pensar en esas cosas.
–¿Considera que sus ocupaciones profesionales son tan importantes al punto de hacerle descuidar los temas espirituales y eternos?
–¡Ah, la vida es un rudo combate!… Pero tengo la intención de pensionarme en cinco años, y entonces pondré mi vida en regla con Dios. Actualmente no tengo tiempo, en absoluto.
Cuando el avión aterrizó, nos separamos. Él tomaba otro avión con rumbo a los Ángeles. Esa misma tarde escuché por la radio que uno de los motores de ese avión se había desprendido. El aparato se estrelló y se incendió. De los 271 pasajeros no había ni un sobreviviente.
“He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
“En una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende” (Job 33:14).